martes, 17 de diciembre de 2013

Dormir sin lágrimas, dejarles llorar no es la solución. Rosa Jové



El Libro
Dormir sin lágrimas es un libro necesario en un momento en el que se han multiplicado los métodos para enseñar a los niños a dormir solos, tal y como comenta el pediatra Carlos González: «El sueño de los niños pequeños se ha convertido, en los últimos años, en motivo de preocupación para muchos padres».
Jové utiliza bibliografía científica, pero con un lenguaje directo y accesible para que los padres se familiaricen con el sueño y sepan qué cuestiones son importantes. La psicóloga se muestra en contra de los métodos mágicos para que los niños duerman, y menos aquellos basados en el llanto, que puso de moda el canadiense Richard Ferber y que han copiado muchos otros, aunque con pequeños retoques, como Eduard Estivill. «La repulsa a estas formas de trato infantil no viene predeterminada por las consecuencias que provocan, sino por cuanto atentan a la dignidad del niño como persona. Hemos de seguir creyendo en un mundo en el que el fin no justifica los medios», afirma la autora.
Además, recuerda que «cada bebé es irrepetible» y aconseja desconfiar de los métodos iguales para todos. «Algunos padres aún creen que los bebés nacen sin instrucciones. ¡Mentira! ¡Ellos son las instrucciones! Sígalas al pie de la letra», concluye.
El sueño infantil
«Dormir es un proceso evolutivo que se va adaptando a las necesidades del ser humano. Un recién nacido no duerme igual que un niño, ni éste igual que un adulto; ni un adulto igual que un anciano, porque cada edad reclama unas necesidades diferentes», explica la autora, quien resalta también la capacidad innata de los bebés para dormir.
Según la doctora Jové, el recién nacido (anteriormente, el feto) nace con dos fases del sueño bien diferenciadas: sueño activo (parecido a lo que en el futuro será el sueño REM) y sueño lento (que da lugar al resto de fases del sueño). Entre los 7 y los 10 meses han aparecido todas estas fases, aunque la periodicidad y duración son diferentes al adulto. Como recuerda la autora, los niños duermen la misma siesta hasta los cuatro años. Es a partir de los 5 o 6 años cuando el sueño del pequeño es bastante parecido al de los adultos (un único periodo nocturno de entre 8 y 10 horas sin siestas).
Otra de las evidencias claras, avaladas por varios estudios, es que todos, niños y adultos, nos despertamos varias veces en la noche, pero sólo los más mayores dominan la técnica para regresar al sueño. Es una cuestión de tiempo que lo hagan los niños, porque se trata de un proceso evolutivo. Por tanto, el sueño de un bebé no será nunca un indicativo del dormir del adulto.
Cómo saber si hay un problema
En este capítulo del libro, la autora advierte: «Desconfíe de métodos que sirven para todo.» Tras poner en alerta a los padres, sugiere acudir a los profesionales para que lleven a cabo un diagnóstico del posible trastorno y ajustar, así, su tratamiento. No obstante, les aconseja que tengan en cuenta los posibles errores en el diagnóstico, como no acertar con el comportamiento del pequeño, la falta de información sobre lo que se debe considerar normal a cada edad, la escasa sincronía entre los horarios de los padres y los de los niños, y alarmarse con cuestiones normales. «Antes de pensar que su hijo duerme mal, compruébelo. La información está para eso.»
La psicóloga invita a los progenitores a ponerse en la situación del niño para poder contestar a todas esas preguntas que nos hacemos y no malinterpretar sus peticiones. La vida de hoy en día es una locura no sólo para los adultos, sino también para los niños, que deben amoldarse a ella, a pesar de que esta actitud no es lo más adecuado. En este sentido, Jové apunta que en muchas ocasiones «la falta de sincronía entre las obligaciones de unos y los derechos del otro son el único y real motivo de conflicto y los seres humanos llevamos miles de años sin métodos para dormir niños y nunca ha habido mayores problemas con ellos. Todos acababan durmiendo».
Trastornos del sueño
Los niños no siguen el horario de 24 horas de los adultos, los expertos aseguran que se trata en realidad de 25. Por eso, les cuesta meterse en la cama habitualmente y presentan alteraciones en el horario. Jové mantiene que el seguimiento de una rutina y ayudarles a diferenciar el día de la noche ayuda a muchos pequeños.
No obstante, la autora divide los trastornos del sueño en dos: disomnias –alteraciones en la cantidad y la calidad del sueño– y parasomnias –acontecimientos o conductas anormales cuando se duerme–. En la mayoría de los casos se da el primer tipo de obstáculo en el descanso infantil, pero los terrores nocturnos, las pesadillas o el sonambulismo, entre otros, también son objeto de preocupación por parte de los padres. «En los niños, la mayoría de las parasomnias suelen mejorar si se acuestan con poco cansancio y ansiedad. Para ello podemos seguir un horario prudente de acostarlos, intentar que estén relajados y hacerles compañía o dormir con ellos», apunta la autora, que defiende las múltiples ventajas del colecho, una práctica habitual en muchos países.
Lo que no se debe hacer
Muchas veces se acierta más si se sabe lo que no se debe hacer. La doctora Jové, antes de exponer sus consejos, advierte sobre los múltiples ejemplos de metodología que imperan en los países desarrollados para lograr que los niños no sean un obstáculo más en la estresada vida de sus padres. «Los métodos para enseñar a dormir a los niños dejándolos solos se empezaron a publicar hacia los años 50 del siglo pasado» y algunos autores han publicado estos métodos, con pequeños retoques, publicitándolos como originales y novedosos.
«No hay diferencia de éxito entre los métodos que enseñan a dormir a base de dejar llorar mediante una tabla y los que simplemente dejan llorar. Si la hay entre aplicarlo antes de los 18 meses o después», escribe esta especialista en el sueño. Para Jové, los métodos de adiestramiento no enseñan a dormir, «solamente provocan un shock emocional que altera los niveles de las principales hormonas que regulan nuestras emociones, y además le demuestran que no vale la pena quejarse porque nadie les responderá. Por eso funciona mejor en niños pequeños, ya que son los que tienen más posibilidad de shock».
Además, su aplicación conlleva secuelas importantes a corto, medio y largo plazo: «trastornos de ansiedad, depresiones, indefensión aprendida, trastornos de apego, trauma por estrés agudo y síndrome de estrés postraumático». Jové mantiene que estas alteraciones son reparables, aunque «no reversibles», ya que pueden quedar enmascaradas y no hacerse evidentes hasta la vida adulta. Asimismo, huye de la utilización de fármacos en los problemas del sueño, no sólo por sus muchas contraindicaciones, sino porque en muchos casos se produce el efecto contrario.
Qué podemos hacer
La autora, que mantiene que aunque no se haga nada, el niño dormirá sin interrupciones algún día, ensalza el papel de la lactancia en el éxito del sueño, «por la propia composición de la leche, y debido al relajante contacto con la madre y a la succión calmante». La alimentación materna no sólo favorece al niño, sino que beneficia a la madre, ya que hormonalmente le ayuda a coger el sueño con más facilidad.
También hace especial hincapié en las cualidades positivas del colecho, siempre y cuando se lleve a cabo de una forma segura. «Gracias a él, el regreso al sueño después de un despertar es más corto para ambos casos (madre e hijo). También ayuda al bebé a sincronizarse con la madre y a pasar de un estadio a otro del sueño con más facilidad», comenta la autora. En este sentido, la psicóloga añade que la actitud «positiva y responsiva» de la madre hacia el niño crea en el menor una tranquilidad que le ayuda a abandonarse al sueño.
Dormir sin lágrimas, una «guía para padres desesperados» como la define la autora, solicita a los padres un ejercicio de observación de sus hijos en el número de horas de sueño o el de despertares, y estar atentos a las «señales del niño cuando tiene sueño» para evitar problemas posteriores.

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