El Libro
Dormir sin lágrimas es un libro necesario en un momento en
el que se han multiplicado los métodos para enseñar a los niños a dormir solos,
tal y como comenta el pediatra Carlos González: «El sueño de los niños pequeños
se ha convertido, en los últimos años, en motivo de preocupación para muchos
padres».
Jové utiliza bibliografía científica, pero con un lenguaje
directo y accesible para que los padres se familiaricen con el sueño y sepan
qué cuestiones son importantes. La psicóloga se muestra en contra de los
métodos mágicos para que los niños duerman, y menos aquellos basados en el
llanto, que puso de moda el canadiense Richard Ferber y que han copiado muchos
otros, aunque con pequeños retoques, como Eduard Estivill. «La repulsa a estas
formas de trato infantil no viene predeterminada por las consecuencias que
provocan, sino por cuanto atentan a la dignidad del niño como persona. Hemos de
seguir creyendo en un mundo en el que el fin no justifica los medios», afirma
la autora.
Además, recuerda que «cada bebé es irrepetible» y aconseja
desconfiar de los métodos iguales para todos. «Algunos padres aún creen que los
bebés nacen sin instrucciones. ¡Mentira! ¡Ellos son las instrucciones! Sígalas
al pie de la letra», concluye.
El sueño infantil
«Dormir es un proceso evolutivo que se va adaptando a las
necesidades del ser humano. Un recién nacido no duerme igual que un niño, ni
éste igual que un adulto; ni un adulto igual que un anciano, porque cada edad
reclama unas necesidades diferentes», explica la autora, quien resalta también
la capacidad innata de los bebés para dormir.
Según la doctora Jové, el recién nacido (anteriormente, el
feto) nace con dos fases del sueño bien diferenciadas: sueño activo (parecido a
lo que en el futuro será el sueño REM) y sueño lento (que da lugar al resto de
fases del sueño). Entre los 7 y los 10 meses han aparecido todas estas fases,
aunque la periodicidad y duración son diferentes al adulto. Como recuerda la
autora, los niños duermen la misma siesta hasta los cuatro años. Es a partir de
los 5 o 6 años cuando el sueño del pequeño es bastante parecido al de los
adultos (un único periodo nocturno de entre 8 y 10 horas sin siestas).
Otra de las evidencias claras, avaladas por varios estudios,
es que todos, niños y adultos, nos despertamos varias veces en la noche, pero
sólo los más mayores dominan la técnica para regresar al sueño. Es una cuestión
de tiempo que lo hagan los niños, porque se trata de un proceso evolutivo. Por
tanto, el sueño de un bebé no será nunca un indicativo del dormir del adulto.
Cómo saber si hay un problema
En este capítulo del libro, la autora advierte: «Desconfíe
de métodos que sirven para todo.» Tras poner en alerta a los padres, sugiere
acudir a los profesionales para que lleven a cabo un diagnóstico del posible
trastorno y ajustar, así, su tratamiento. No obstante, les aconseja que tengan
en cuenta los posibles errores en el diagnóstico, como no acertar con el
comportamiento del pequeño, la falta de información sobre lo que se debe
considerar normal a cada edad, la escasa sincronía entre los horarios de los
padres y los de los niños, y alarmarse con cuestiones normales. «Antes de
pensar que su hijo duerme mal, compruébelo. La información está para eso.»
La psicóloga invita a los progenitores a ponerse en la
situación del niño para poder contestar a todas esas preguntas que nos hacemos
y no malinterpretar sus peticiones. La vida de hoy en día es una locura no sólo
para los adultos, sino también para los niños, que deben amoldarse a ella, a
pesar de que esta actitud no es lo más adecuado. En este sentido, Jové apunta
que en muchas ocasiones «la falta de sincronía entre las obligaciones de unos y
los derechos del otro son el único y real motivo de conflicto y los seres
humanos llevamos miles de años sin métodos para dormir niños y nunca ha habido
mayores problemas con ellos. Todos acababan durmiendo».
Trastornos del sueño
Los niños no siguen el horario de 24 horas de los adultos,
los expertos aseguran que se trata en realidad de 25. Por eso, les cuesta
meterse en la cama habitualmente y presentan alteraciones en el horario. Jové
mantiene que el seguimiento de una rutina y ayudarles a diferenciar el día de
la noche ayuda a muchos pequeños.
No obstante, la autora divide los trastornos del sueño en
dos: disomnias –alteraciones en la cantidad y la calidad del sueño– y
parasomnias –acontecimientos o conductas anormales cuando se duerme–. En la
mayoría de los casos se da el primer tipo de obstáculo en el descanso infantil,
pero los terrores nocturnos, las pesadillas o el sonambulismo, entre otros,
también son objeto de preocupación por parte de los padres. «En los niños, la
mayoría de las parasomnias suelen mejorar si se acuestan con poco cansancio y
ansiedad. Para ello podemos seguir un horario prudente de acostarlos, intentar
que estén relajados y hacerles compañía o dormir con ellos», apunta la autora,
que defiende las múltiples ventajas del colecho, una práctica habitual en
muchos países.
Lo que no se debe hacer
Muchas veces se acierta más si se sabe lo que no se debe
hacer. La doctora Jové, antes de exponer sus consejos, advierte sobre los
múltiples ejemplos de metodología que imperan en los países desarrollados para
lograr que los niños no sean un obstáculo más en la estresada vida de sus
padres. «Los métodos para enseñar a dormir a los niños dejándolos solos se empezaron
a publicar hacia los años 50 del siglo pasado» y algunos autores han publicado
estos métodos, con pequeños retoques, publicitándolos como originales y
novedosos.
«No hay diferencia de éxito entre los métodos que enseñan a
dormir a base de dejar llorar mediante una tabla y los que simplemente dejan
llorar. Si la hay entre aplicarlo antes de los 18 meses o después», escribe
esta especialista en el sueño. Para Jové, los métodos de adiestramiento no
enseñan a dormir, «solamente provocan un shock emocional que altera los niveles
de las principales hormonas que regulan nuestras emociones, y además le
demuestran que no vale la pena quejarse porque nadie les responderá. Por eso
funciona mejor en niños pequeños, ya que son los que tienen más posibilidad de
shock».
Además, su aplicación conlleva secuelas importantes a corto,
medio y largo plazo: «trastornos de ansiedad, depresiones, indefensión
aprendida, trastornos de apego, trauma por estrés agudo y síndrome de estrés
postraumático». Jové mantiene que estas alteraciones son reparables, aunque «no
reversibles», ya que pueden quedar enmascaradas y no hacerse evidentes hasta la
vida adulta. Asimismo, huye de la utilización de fármacos en los problemas del
sueño, no sólo por sus muchas contraindicaciones, sino porque en muchos casos
se produce el efecto contrario.
Qué podemos hacer
La autora, que mantiene que aunque no se haga nada, el niño
dormirá sin interrupciones algún día, ensalza el papel de la lactancia en el
éxito del sueño, «por la propia composición de la leche, y debido al relajante
contacto con la madre y a la succión calmante». La alimentación materna no sólo
favorece al niño, sino que beneficia a la madre, ya que hormonalmente le ayuda
a coger el sueño con más facilidad.
También hace especial hincapié en las cualidades positivas
del colecho, siempre y cuando se lleve a cabo de una forma segura. «Gracias a
él, el regreso al sueño después de un despertar es más corto para ambos casos
(madre e hijo). También ayuda al bebé a sincronizarse con la madre y a pasar de
un estadio a otro del sueño con más facilidad», comenta la autora. En este
sentido, la psicóloga añade que la actitud «positiva y responsiva» de la madre
hacia el niño crea en el menor una tranquilidad que le ayuda a abandonarse al
sueño.
Dormir sin lágrimas, una «guía para padres desesperados»
como la define la autora, solicita a los padres un ejercicio de observación de
sus hijos en el número de horas de sueño o el de despertares, y estar atentos a
las «señales del niño cuando tiene sueño» para evitar problemas posteriores.
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